En nuestros tiempos, la humildad es una virtud que debemos cultivar, pues es parte de un crecimiento interno y de la integración social que nos llevará a una psicología más madura y una sana espiritualidad, brillando por doquier cuando logra ser verdadera.
La palabra humildad viene de la raíz “humus” que significa la tierra del suelo, y se relaciona con la aceptación de las limitaciones propias de nosotros como seres humanos, haciendo referencia a la condición vulnerable y frágil tan propia de nuestro ser. Estamos llamados a ser humildes si tomamos conciencia de nuestro origen y nuestro final.
El ser humano más grande es el que se considera como menos a sí mismo, según las creencias ancestrales tanto en la teología, como en culturas con mayor conciencia del Ser. Así mismo, el liderazgo vendrá de aquellos que primero aprendieron a obedecer, sin que nunca se ponga a sí mismo en un pedestal.
El que sólo pretende recibir cumplidos y halagos no merece nuestra admiración, en cambio, el que nos sirve será merecedor de nuestro amor, por lo mismo cuando alguien tiene una actitud servicial le decimos “amable”, es decir, que es fácil de amar o digno de tal sentimiento.
La humildad no tiene que ver en cómo nos vemos o vestimos, ni si se habla con vehemencia o en voz baja, ni tampoco si somos pobres o ricos, pues es mucho más que una condición socioeconómica y tiene que ver con algo que es transversal, en donde el dinero no entra en juego.
Para ir enfrentando la vida con humildad debemos de dejar de juzgar, pues esto hace hincapié en el ¿quién soy yo para clasificar a otro?, ¿soy mejor que otros? La soberbia entra en juego muchas veces, y nos vamos distanciando de esta virtud tan necesaria para establecer lazos sanos, abiertos e integradores.
Debemos amarnos, respetarnos y cuidarnos, para poder ejercer esto mismo con los otros. La humildad finalmente nos llevará a ser agradecidos, a respetarnos los unos a los otros y a vivir en un mundo más armónico, amoroso, feliz y pleno.
